
Esta situación social le daba en Roma, dos catalogaciones posibles: según la vieja moral, la mujer se trataba de un instrumento para el ciudadano y su poseedor o esposo, para quien ella servía como forma de consolidación de familia y capital. Por otro lado, se la consideraba, como una simple compañera en la vida de un hombre y como procreadora sin merecer ningún tipo de valor más, puesto que siempre estuvo subordinada al marido.
A pesar de su situación inferior social, respecto a la familia e intimidad, la mujer fue un icono de la educación y la sabiduría, que la elevaron en el rango social en el desarrollo de los siglos posteriores.
Hasta tal punto que llegó a ser la encargada de impartir la filosofia y ética en Roma públicamente. Incluso, ejemplos como Cornelia, hija del grande Escipión y madre de Gracos, albergaron entre sus discípulos a muchos hombres.
Aún así el notable rango machista se aceptó plenamente en la sociedad puesto que el hombre era el poseedor tanto de su mujer como de su descendencia y sus criados. Por lo tanto, la mujer romana disfrutaba de una limitada libertad que acotaba su vida social a la compañia de sus criadas o sus amigas, siempre mediante relaciones discretas y breves con otras mujeres. Pese a estas relaciones entre matrimonios, algo impensable para la sociedad de hoy, el divorcio existía pero sólo podía ser solicitado por el hombre y en situaciones muy específicas.
Como antes se adelantó, en Grecia la situación femenina a nivel social era aun más degradante, puesto que no poseían personalidad jurídica ni política y siempre estaban a la sombra de una figura masculina que se encargaba de tratarla como posesión en todos los sentidos. Por ello, la mujer soltera estaría bajo el control de su padre, en falta de èste, de su hermano; una vez casada, pasaba a la propiedad de su esposo, y en caso de ausencia de éste último, al poder de su primogénito. Esta dependencia daba lugar al analfabetismo y en muchos casos debían conformarse con la educación recibida de su madre. Madres que se convirtieron en los sabios de la época.
En cuanto al matrimonio la mujer era un instrumento de cambio, no solo de poseedor sino que generalmente, se dotaba con propiedades de parte del padre al prometido para asegurar el acuerdo matrimonial, mas parecido a una transacción económica. Con el único objetivo de la procreación de futuros ciudadanos de la pólis, el género despectivo daba lugar a los infanticidios femeninos y el abandono de hijas.
Debido a esta marginación surgieron diferentes grupos sectarios donde mediante ritos excéntricos, y a veces catalogados de satánicos, se adoraban a dioses como Baco o Orfeo.